
Pero no ocurre solo en el sector empresarial, también son cada día más los particulares que ven su vivienda embargada y subastada judicialmente, al no poder hacer frente a los pagos de la hipoteca. Y como colofón, si esa vivienda no se vende por una cantidad suficiente para pagar la deuda, aun tendrá que seguir abonando al banco la restante.
Pues ante este panorama cualquiera podría pensar que son los profesionales de las subastas aquellas personas que en la actualidad más pueden estarse beneficiando de la situación. Nada más lejos de la realidad. El mundo de la subastas ha cambiado mucho desde la regulación de las mismas en el año 2000.
Hasta entonces el mundo de la subasta tenía cierto halo oscuro en el que la figura de los subasteros constituían un mundo cerrado que se encargaba de llevarse, a los mejores precios, los mejores productos que salían a subastas, usando, en ocasiones, métodos un tanto cuestionables.
Pero con la aparición en el año 2000 de la regulación de las subastas esto ha cambiado ya que se han introducido mecanismos que intentan evitar determinadas prácticas que hacían las subastas un coto vetado para muchos y accesible para unos pocos tan sólo.
Entre las prácticas que se han puesto en marcha y que ayudan a un mejor control de las subastas encontramos la realización de la misma en un solo acto y la imposibilidad de ceder el remate a un tercero sin necesidad de registrarlo con anterioridad.
Evidentemente los profesionales de las subastas han sido los grandes perjudicados y ahora se encuentran con que necesitan arriesgar una mayor cantidad de dinero para intentar conseguir algún beneficio. Por otro lado estos profesionales se han encontrado con una competencia feroz en las subastas de tipo inmobiliario, las propias entidades bancarias.
Y es que para muchas entidades el adquirir en subasta los propios bienes que ha embargado es una última forma de realizar negocio. Esto sobre todo debido a que en dichas subastas, las entidades acreedoras tienen facilidades para hacerse con el inmueble subastado en caso de no llegarse a determinada cantidad en la puja. Y si se supera esa cantidad, el banco siempre tiene la opción de pujar para subirla lo máximo posible.
Por otra parte si un banco adquiere un inmueble del que es acreedor por medio de una subasta y la cantidad no es suficiente para saldar la deuda, seguirá exigiendo al hipotecado el pago del resto de la misma. Para completar el negocio, el banco puede volver a vender dicha vivienda a un tercero, a precio libre, y firmar una nueva hipoteca sobre la misma.
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